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"Dulces Compañías"

Dulces compañías en Havanafama Por Luis de la Paz

Mujeres y hombres acuden a un parque de una ciudad buscando compañía para saciar por un rato su soledad. El encuentro genera dinero para uno, y resulta en satisfacción física para el otro. A la postre, la desolación y la aridez de las acometidas sexuales, conducen aún más al aislamiento y la incomunicación, generando, además, violencia. Este es el tema de Dulces compañías, obra del dramaturgo mexicano Oscar Liera (1946-1990), en versión de Maikel Chávez, una producción de Havanafama Teatro Estudio, bajo la dirección de Juan Roca. Chávez y Roca han trabajado sobre el texto de Liera con inteligencia, logrando una puesta dinámica, atrevida y sorprendente. En el mismo vestíbulo del teatro, donde normalmente el público aguarda a que abra la sala, transcurre la primera parte de la obra. Nora, (personaje que asume con eficacia la actriz Myriam Amanda), maquilladora del teatro, hace su entrada acompañada de un joven que recogió en el parque (papel interpretado con rigor y fuerza por Isaniel Rojas), pero el flirteo no resulta lo que ella espera. La relación entre los personajes va conduciendo a situaciones extremas. Nora descubre que el joven es más que un prostituto en busca de unos dólares para comprar drogas. A medida que avanza la pieza, se van revelando los intersticios de cada personalidad. Dora es una mujer que estuvo casada, dice odiar a los hijos y gustar de recoger muchachos, “a veces dos o tres”. La actriz perfila bien su personaje, incrementando su energía, posesionándose de ella el miedo, casi hasta el delirio. Aunque el desenlace de esta pieza se puede predecir, eso no disminuye el interés del espectador, pues el trasfondo emocional y los problemas que afronta el prostituto, intensifican la trama. Quizás la clave de esta primera parte esté en los recuerdos del personaje masculino, en sus largos años en un orfelinato, con su entorno miserable, y la constante amenaza de los curas que le advertían: “No puedes meterte con esas mujeres [las prostitutas] porque alguna de ellas puede ser tu madre”. Tal vez como justificación, expresa el actor masculino: “jamás me podré meter en la cama contigo, con las mujeres no puedo”. La segunda parte de Divinas compañías tiene como protagonista al mismo prostituto, recogido también en el parque citadino, y como víctima a un actor, que lo lleva al teatro, recién reabierto tras “una catástrofe que ocurrió con la maquillista”. La atmósfera y el ambiente de violencia (más verbal y sicológica que física), marca también el ritmo de esta segunda parte, donde el actor Dennis Mencia, que hace de un homosexual también necesitado de compañía, desarrolla con efectiva intensidad las distintas facetas de su personaje. En esta propuesta el peso lo lleva el texto y la asfixiante sordidez de los distintos personajes, todos, de una forma u otra, marginales y víctimas de la soledad. El juego actoral, en medio de una atmósfera sofocante, el ambiente de acoso y aislamiento que crea Alejandro Galindo con la escenografía y la semioscuridad, en medio de canciones de Chavela Vargas, crean las condiciones para una puesta sorprendente.



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